El desierto más árido del planeta es un espectáculo para el viajero. Los pequeños pueblos que lo jalonan, en especial San Pedro, son un oasis desde los que adentrarse en sus profundidades y dejarse sorprender por las caprichosas formas de la naturaleza y el misticismo que las rodea. El tiempo se detiene en esta tierra que vive sin ajetreos ni prisas, de manera tradicional, y que invita a viajero a dejarse llevar y no perderse ninguno de sus atractivos. Y todo, bajo la estrecha vigilancia de volcanes, llamas y vicuñas.